Reconozco que me
asaltan dudas cuando trato de valorar Un dios salvaje (Carnage, 2011) según
la carrera de su director, Roman Polanski, o según el trabajo de la escritora
teatral cuya obra es adaptada, la francesa Yasmina Reza. Desde la perspectiva del cineasta polaco, la obra se diría idónea para sus intereses,
pura tentación maquiavélica, jugoso infierno recreativo, común a muchas de sus constantes temáticas, a saber:
los espacios cerrados y asfixiantes, las relaciones de pareja autodestructivas,
las falsas apariencias, las pasiones ocultas, el miedo a los vecinos,
a las presiones de la sociedad, al otro, a uno mismo.
Pero si analizamos la
película desde el punto de vista de la autora -y también guionista-, se debe coincidir en que
Polanski ha sido francamente respetuoso con el original, tanto con el texto
dialogado como con su construcción escénica. Si bien la película está dirigida
con mano hábil -por ejemplo extrayendo el mayor partido de un espacio tan
reducido como es el salón de la casa-, apenas recuerdo detalles de puesta en escena que
transmitieran algo más, algún comentario personal sobre lo que sucede en
pantalla. Es tanta la corrección formal de Polanski, o quizá su neutralidad de
observador no especialmente implicado, que este Un dios salvaje, el cinematográfico, resulta un triunfo para su
autora y una trivialidad para el director, a quien nada ni nadie pueden restar su
larga carrera y que poco podrá sumar ya, a estas alturas de la vida. Y por supuesto, ojalá me equivoque.
Existen películas que
nacen para ser pequeñas y, a la larga, elevarlas les hace un flaco favor. Lejos
estamos aquí de El escritor (The ghost writer, 2010),
su última gran película y una clase maestra de cómo arrasar un material ajeno
mediante el dominio del lenguaje audiovisual. Los que han querido ver su canto
de cisne escondido entre las paredes de este salón burgués, y lo que es más,
quienes han visto una justa reproducción de El
ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel, deben revisar de nuevo ambas, y
añadirles Cul-de-sac (1966) o La muerte y la doncella (Death and the maiden, 1994), una
adaptación teatral de más altos vuelos.
Sin haber visto nunca
representada la obra de Reza y, por lo tanto, evitando cualquier valoración sobre
el texto escénico, este Un dios salvaje
pretende descubrirnos que existe un animal interior en todo burgués
endomingado. Pero el choque generado entre el matrimonio Longstreet y el
matrimonio Cowan debido a una pelea surgida entre sus dos hijos nunca rebasa
las apariencias del buen gusto general. Su límite se coloca en una mujer que
vomita por una mala digestión y en un invitado descubierto por su anfitriona en
calzoncillos. El enfrentamiento entre los cuatro personajes es más retórico que físico, algo que pocas veces beneficia al cine, sobre todo cuando Polanski
rechaza equiparar la mala baba de los diálogos con una estética barroca a la
altura de estos.
Puede que la película esté
muy próxima al universo creativo del cineasta polaco, pero será la más alejada
de sus grandes atmósferas retorcidas, angustiosas, ridículas. Con modales tan
civilizados como exhibe en ella, su diatriba en contra de la clase media no
despierta conciencias ni aviva escrúpulos. Es, quizás, el traje que ha tenido
que vestir en esta ocasión, o las circunstancias tan difíciles que atravesaba
por entonces, pero los Cowan y los Longstreet serían burgueses civilizados si
se comparan con Oscar y Mimi de Lunas de
hiel (Bitter moon, 1992), con George y Teresa de Cul-de-sac
o con los Woodhouse de La semilla del
diablo (Rosemary's baby, 1968). Y, obviamente, nunca habrían sido invitados a la fiesta
de El ángel exterminador.
Carnage. Director: Roman Polanski. Guionistas: Roman Polanski y Yasmina Reza. Intérpretes: John C. Reilly, Christoph Waltz, Jodie Foster, Kate Winslet. 79 minutos. Francia/Alemania/Polonia/España, 2011.
Carnage. Director: Roman Polanski. Guionistas: Roman Polanski y Yasmina Reza. Intérpretes: John C. Reilly, Christoph Waltz, Jodie Foster, Kate Winslet. 79 minutos. Francia/Alemania/Polonia/España, 2011.
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