El concepto
de la tierra como un ente vivo y salvaje que condiciona la vida del ser humano
es una herencia de la gran literatura del siglo XIX, creada sobre un modelo de
sociedad eminentemente agrícola. Películas clásicas como Duelo al sol (Duel
in the sun, 1946), Gigante (Giant, 1956) o Lo que el
viento se llevó (Gone with the wind, 1939) concentraban sus dramas
en la posesión enraizada de esa tierra por la que algunos podían arruinarse,
convertirse en esclavos, morir e incluso matar si veían amenazadas sus fronteras. Desde los tópicos del Romanticismo alemán, despierta esa tierra ronca las pasiones viscerales del ser humano, clamando a su
estado de conciencia más primitivo. Extrae de él sus resquicios bestiales y
nubla la razón que los ilustrados trataron de imponer sin éxito sobre su plan
de cultivos parcelados y perfectamente sistematizados.
Ante el reto
ambicioso -allá donde pisaron Luis Buñuel o William Wyler- de firmar una nueva
adaptación del clásico de Emily Brontë Cumbres borrascosas (Wuthering
heights, 2011), la directora británica Andrea Arnold ha decidido situar
como centro gravitatorio a esa tierra, la propia finca de la familia Earnshaw
que impone el título del relato y que ejerce de mudo protagonista a la tragedia
romántica de Catherine y su hermanastro Heathcliff. Por medio de la composición
en cuatro tercios y del uso intranquilo de la cámara en mano, el film exacerba
la inmediatez de sus imágenes en busca de la sensación superficial, del roce
continuo entre la naturaleza inhóspita y los personajes, expuestos a diario al
trato cruel de los fenómenos atmosféricos: el viento, la lluvia o la neblina
nocturna donde se encarnan sus pasiones secretas, su rabia y su ira contenidas
a lo largo de los años.
En esa
tierra cruda, en el seno de la naturaleza, ocurren los principales
acontecimientos de la película. Allí se fragua la relación entre Catherine y
Heathcliff, durante sus largas caminatas entre las briznas de hierba y los
lodazales que salpican el terreno. Allí deja embarazada Hindley a su esposa y
allí de nuevo morirá ella por las complicaciones del parto al aire libre. Serán
recurrentes, de igual modo, las metáforas con animales –el caballo cojo, los conejos, el pájaro
atrapado en la jaula– que desvelan el trato semejante que la cineasta otorga a
sus personajes, menos individuales de lo que sus acciones delatan pues, antes
que nada, son víctimas de su naturaleza animal: la escena en que Catherine lame
las heridas en la espalda de Heathcliff, la violencia y el maltrato mutuos que
domina su relación, el beso furioso a Isabella que le hiere hasta causarle
sangre en el labio.
Limando de
esta manera la imaginería gótica que había caracterizado anteriores
adaptaciones, la directora británica transmite el fatalismo de la novela mediante
recursos cinematográficos de raspante desnudez. Por ejemplo, al brindarnos el
primer Heathcliff negro que se recuerde, quizás como metáfora de su rango
inferior en la sociedad pero también como medio estrictamente visual, gráfico, de retratar esa categoría subalterna. Su Heathcliff es un
hombre primario, de pocas palabras y todas agresivas, que ha recibido desde
pequeño la violencia, la aridez, la ferocidad de un núcleo familiar decrépito
sobre el que tomará venganza años después. En esta brillante traslación literaria,
Arnold prescinde de la última parte de la novela y, por lo tanto, de la
reconciliación entre familias durante la siguiente generación, cerrando su
relato en la insatisfacción perpetua de Heathcliff separado de su amada y
fallecida Catherine. En el mismo epicentro del horror.
Sin embargo,
aún Arnold reserva una sorpresa para el epílogo de Cumbres borrascosas y es la
música ligera y reconfortante –obra de Mumford & Sons– que acompaña a sus
últimas imágenes y que rescata de la furia y del hambre la historia de amor
entre los dos protagonistas. De las tumbas de ese infierno del odio que han
construido entre todos –y que, según nos insinúa la directora, va a prolongarse
a través de los años–, sobrevive el hálito de un amor intenso, trágico pero
bello, que redime, de alguna retorcida forma, a Catherine y Heathcliff en la
cumbre de su dolor. Surge el sentimiento amoroso como un misterio encubierto
por la brutalidad del terreno hasta convertirse en una obsesión enquistada en
las imágenes, remotamente pura, purificadora e incluso humana. Contradicción
que se resuelve durante la escalofriante escena en la que Heathcliff intenta
desenterrar el cadáver de Catherine arrancándolo de las fauces de la tierra
igual que un moderno Orfeo en busca de su Eurídice. Con la cámara
situada encima del personaje y a ras de la sepultura descubierta, la imagen se
convierte en la metáfora más eficaz de la relación entre los personajes y el
terreno, del fatalismo romántico que impregna esta obra de estremecedora
potencia emocional.
Wuthering Heights. Director:
Andrea Arnold. Guionista:
Olivia Hetreed, basado en la novella de Emily Brontë. Intérpretes:
James Howson, Kaya Scodelario, Nichola Burley, Oliver Milburn. 124 minutos. Reino
Unido, 2011.
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