sábado, 6 de octubre de 2012

Burgueses civilizados


 
Reconozco que me asaltan dudas cuando trato de valorar Un dios salvaje (Carnage, 2011) según la carrera de su director, Roman Polanski, o según el trabajo de la escritora teatral cuya obra es adaptada, la francesa Yasmina Reza. Desde la perspectiva del cineasta polaco, la obra se diría idónea para sus intereses, pura tentación maquiavélica, jugoso infierno recreativo, común a muchas de sus constantes temáticas, a saber: los espacios cerrados y asfixiantes, las relaciones de pareja autodestructivas, las falsas apariencias, las pasiones ocultas, el miedo a los vecinos, a las presiones de la sociedad, al otro, a uno mismo.

Pero si analizamos la película desde el punto de vista de la autora -y también guionista-, se debe coincidir en que Polanski ha sido francamente respetuoso con el original, tanto con el texto dialogado como con su construcción escénica. Si bien la película está dirigida con mano hábil -por ejemplo extrayendo el mayor partido de un espacio tan reducido como es el salón de la casa-, apenas recuerdo detalles de puesta en escena que transmitieran algo más, algún comentario personal sobre lo que sucede en pantalla. Es tanta la corrección formal de Polanski, o quizá su neutralidad de observador no especialmente implicado, que este Un dios salvaje, el cinematográfico, resulta un triunfo para su autora y una trivialidad para el director, a quien nada ni nadie pueden restar su larga carrera y que poco podrá sumar ya, a estas alturas de la vida. Y por supuesto, ojalá me equivoque.


Existen películas que nacen para ser pequeñas y, a la larga, elevarlas les hace un flaco favor. Lejos estamos aquí de El escritor (The ghost writer, 2010), su última gran película y una clase maestra de cómo arrasar un material ajeno mediante el dominio del lenguaje audiovisual. Los que han querido ver su canto de cisne escondido entre las paredes de este salón burgués, y lo que es más, quienes han visto una justa reproducción de El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel, deben revisar de nuevo ambas, y añadirles Cul-de-sac (1966) o La muerte y la doncella (Death and the maiden, 1994), una adaptación teatral de más altos vuelos.


Sin haber visto nunca representada la obra de Reza y, por lo tanto, evitando cualquier valoración sobre el texto escénico, este Un dios salvaje pretende descubrirnos que existe un animal interior en todo burgués endomingado. Pero el choque generado entre el matrimonio Longstreet y el matrimonio Cowan debido a una pelea surgida entre sus dos hijos nunca rebasa las apariencias del buen gusto general. Su límite se coloca en una mujer que vomita por una mala digestión y en un invitado descubierto por su anfitriona en calzoncillos. El enfrentamiento entre los cuatro personajes es más retórico que físico, algo que pocas veces beneficia al cine, sobre todo cuando Polanski rechaza equiparar la mala baba de los diálogos con una estética barroca a la altura de estos. 

Puede que la película esté muy próxima al universo creativo del cineasta polaco, pero será la más alejada de sus grandes atmósferas retorcidas, angustiosas, ridículas. Con modales tan civilizados como exhibe en ella, su diatriba en contra de la clase media no despierta conciencias ni aviva escrúpulos. Es, quizás, el traje que ha tenido que vestir en esta ocasión, o las circunstancias tan difíciles que atravesaba por entonces, pero los Cowan y los Longstreet serían burgueses civilizados si se comparan con Oscar y Mimi de Lunas de hiel (Bitter moon, 1992), con George y Teresa de Cul-de-sac o con los Woodhouse de La semilla del diablo (Rosemary's baby, 1968). Y, obviamente, nunca habrían sido invitados a la fiesta de El ángel exterminador.

Carnage. Director: Roman Polanski. Guionistas: Roman Polanski y Yasmina Reza. Intérpretes: John C. Reilly, Christoph Waltz, Jodie Foster, Kate Winslet. 79 minutos. Francia/Alemania/Polonia/España, 2011. 

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