viernes, 19 de octubre de 2012

Años luz




artículo publicado originalmente el 9 de julio de 2012 (http://blogs.elcomercio.es/viajesaningunaparte/2012/07/09/anos-luz/)
 
La cueva de los sueños olvidados (2010) es un viaje por el espacio, un paseo por las estrellas, aunque parezca justamente lo contrario. El cineasta Werner Herzog se introduce en una profunda cueva de roca y escarba, araña, remueve la tierra hasta acariciar el insólito enigma del tiempo: una abstracción, un fantasma, un misterio de rotaciones planetarias en cuya red gira la Tierra y con ella el ser humano. Esta precisa semana en que parece haberse hallado el recóndito bosón de Higgs, concierne hablar de un documental donde el nacimiento de las primeras manifestaciones artísticas –las pinturas rupestres de Chauvet– se relaciona con las últimas tecnologías –el 3d estereoscópico– indagando la respuesta a eternas e idénticas preguntas.


Meses atrás decidía abrir este blog con unas palabras de Werner Herzog que ya se han convertido en eslogan recurrente de su cine: la búsqueda de lo trascendente, la imagen esencial que nos eleva sobre lo cotidiano, que renueva nuestra mirada de viajeros paralizados, confrontándonos a visiones espectrales, hipnóticas, reveladoras de la naturaleza salvaje. Ese ha sido siempre su campo de investigación, tanto en el cine de ficción como, sobre todo, en el cine documental, donde Herzog ha encontrado un espacio libre para experimentar formas, personajes y estructuras con frecuencia más sorprendentes que las surgidas de su potente mundo creativo. La suma de estos proyectos a lo largo de cuarenta años de carrera conforma una obra imprescindible dentro del cine contemporáneo y de la cultura europea en general.

Al director alemán le habrán interesado muchos aspectos de la oferta del Canal Arte para rodar la cueva de Chauvet en Francia. Algunos de ellos serán técnicos, como la dificultad de acceder con cámaras 3d a un espacio tan reducido y grabar en relieve las pinturas de la cueva. No obstante, la idea que prima y que se alza protagonista sobre el conjunto de la obra es el descubrimiento de que, de un trazo a otro, tallados en apenas unos metros de pared, existen miles de años de diferencia; una cifra incomprensible para nuestra breve conciencia individual. En esa humilde roca, que fuera infranqueable durante siglos, Herzog nos muestra un mapa temporal que rompe las medidas de toda previsión, de todo presupuesto. ¿Qué seríamos nosotros, espectadores, en la inmensidad de esa pared? ¿Qué serían incluso los círculos seculares de aquella secuoya exhibida por Hitchcock en su película Vértigo (1959)? ¿Qué huella dejará nuestra sociedad en la Tierra una vez que hayamos desaparecido?

La cueva de los sueños olvidados es un viaje por el espacio, aunque aparente una inmersión subterránea. Pocas experiencias pueden compararse al encuentro frontal con el tiempo que nos ofrece Herzog en la cueva de Chauvet. Bajo su reino de años luz, las pinturas, la película, todas las películas se revelan como simples manchas de humedad en una pared. Por ello recurre a la ironía el cineasta alemán, destensando los temas filosóficos con el retrato de eminentes científicos reducidos al papel de aficionados. Y es que, como decía Charles Chaplin: “Todos somos aficionados. La vida es tan corta que no da para más”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario