jueves, 4 de octubre de 2012

Pornografía cotidiana



artículo publicado originalmente el 21/08/2012 (http://blogs.elcomercio.es/viajesaningunaparte/2012/08/21/pornografia-cotidiana)

Escribe Carlos F. Heredero en el último número de Caiman. Cuadernos de Cine que “si no se estrena buen cine no habrá espectadores y si no hay espectadores no habrá salas para estrenar buen cine”. Esta inevitable contradicción es la causa por la que muchas de las películas más interesantes del cine actual rehuyen sistemáticamente su estreno en salas españolas o, con algo de suerte, son programadas en un par de cines, durante apenas unas semanas, y sin ninguna repercusión mediática que las impulse. Entre ellas, por ejemplo, Whore’s glory (Michael Glawogger, 2011), tercera parte de una -por el momento- trilogía de documentales -los tres inéditos en España- que el cineasta austriaco Michael Glawogger viene realizando alrededor del mundo y que tienen en la ya lejana Megacities (1998) su pieza fundacional.

Si Workingman’s death (Michael Glawogger, 2005) colocaba su foco de atención en los oficios masculinos más arduos del planeta (la minería ucraniana, los mataderos de Nigeria, la siderurgia en Pakistán), esta película hace lo propio con el oficio femenino por excelencia, el comercio sexual: la prostitución. Tres historias narradas con un terrible refinamiento narrativo que nos trasladan, de forma casi pornográfica, a la fría cotidianeidad de un elegante club de Tailandia, la miseria y la marginación de los bazares de la India o los entresijos de la Zona -y no la de Tarkovsky-, en las afueras de Reynosa, en México.


Sucesor de los grandes cineastas viajeros, desde Robert Flaherty a Chris Marker, pero fiel al estilo propugnado por su amigo y compatriota austriaco Ulrich Seidl, destaca en el cine documental de Glawogger la convivencia de dos planos contradictorios que revierten en una mirada propia. Por una parte, la constante preocupación por aquellas zonas de sombra que deja la nueva sociedad globalizada y de consumo. Por los desheredados, las prostitutas, los obreros, los niños. Por esas vidas condenadas a la supervivencia resignada entre miseria, soledad e ignorancia. Glawogger asume en sus películas una hermandad entre puntos distantes del planeta como África, Rusia o América del Sur, aspirando a una colección de retratos conmovedores que se enlazan por medio de una estructura deshilachada, hecha de fragmentos e interconexiones entre imágenes.

Retratos destinados a provocar una respuesta directa en el público, pero no a través de la empatía sentimental, sino de todo lo contrario: una distancia cruel, una puesta en escena gélida que nos trae escenas estremecedoras cazadas a lo largo y ancho del globo terráqueo. Evitando el fácil paternalismo occidental, Glawogger se consagra a una búsqueda estética cercana a la espectacularización o, como mínimo, a una elaboración artística de esa realidad. Y no solo mediante sus célebres planos frontales, estáticos, que inmortalizan la indefensión de sus personajes, sino a través de sinuosos movimientos de cámara, reconstrucciones de escenas cotidianas o composiciones pictóricas acompañadas de música.


Las películas del austriaco nacen resignadas ante el fracaso del cine para cambiar la realidad, de ahí su carácter polémico. Nuestro mundo está inmunizado ante las imágenes que le atosigan en su vida diaria. Las imágenes de Glawogger solo constatan la derrota del cine como medio de denuncia. En Whore’s glory ninguna prostituta concibe un eventual cambio en su estatus. ¿Por qué deberían? Una de las escenas más duras es aquella en la que una anciana -recluida en su cuarto del mohoso bazar- explica a cámara los intentos del patrón por desahuciarla puesto que ya no recibe clientes desde hace años. Registrada con gesto impertérrito por el director austriaco, la mujer pregunta al vacío a dónde podría ir, y el público debe asimilar que no existe esa respuesta. Nuestra conciencia de sus problemas no altera en absoluto estos pues sabemos que la relación creada por la película es, en realidad, ilusoria, fantasmal, fugaz.

Whore's glory es un documento necesario pero inútil, y Glawogger es consciente de ello. Su visionado responde solo a un deseo íntimo de Occidente por infligirse dolor en pago de su culpa. También, en cierta medida, a cambio del placer que provoca el encuentro con la verdad sin tapujos. La reiteración de las escenas y la ausencia de juicios morales son sus recursos para mostrar la enfermiza e impotente normalidad que rodea a esas mujeres: su exposición en una cristalera ante la ávida mirada de los clientes, que las eligen por un número según su aspecto físico; las noches de crack y rezos a la Virgen en las habitaciones de la Zona; las normas impuestas a una niña vendida en el bazar o el momento  previo en que otra es humillada públicamente por espantar a un cliente. Hasta la escena de sexo explícito que retrata la frustrante distancia entre cliente y prostituta, previamente anunciada por una larga escena de sexo entre perros callejeros (¡). Un álbum, en fin, de imágenes perturbadoras que avivan en su misterio, en su incómoda naturaleza, una oscura fascinación de voyeurs

Whore's glory. Director: Michael Glawogger. 110 minutos. Alemania/Austria, 2011.  

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