lunes, 17 de septiembre de 2012

El señor Rosales



Jaime Rosales es el señor serio del cine español. Es el sacerdote sin parroquia que nos alerta, película sí, película también, sobre el peligro de las habitaciones vacías. Ha descubierto Jaime Rosales que la soledad reside en los cuerpos y en los instantes y en las conversaciones de autobús. Observa a sus vecinos a través de las ventanas y entresaca un residuo subterráneo de frustración y trascendencia.

En Sueño y silencio (2012), su cuarta obra de aliterado título, reinan el silencio y la soledad, pero eso hubiera sido repetirse y Rosales ha preferido embestir, siempre hacia adelante. Dicen –él lo dice– que el primer montaje del proyecto duraba tres horas y media y actualizaba los mitos bíblicos del sacrificio de Isaac y el calvario hasta el Gólgota. Un padre mataba a su hijo, entre otras cosas que a fin de cuentas no entraban en la narración y que había que excluir para que fuera comprensible. Nada queda de eso. Ha preferido Rosales cercenar su obra y estrenar las cenizas con pompa en el Festival de Cannes. Rodar es preguntar(se) y el artefacto es la herramienta primordial del cineasta, que nunca le abandona: el blanco y negro como lámina, los actores no profesionales, la improvisación como recurso. En Sueño y silencio trabaja sobre el bloque desnudo, sin saber el rumbo ni el recorrido de su búsqueda. Solo Rosales y su aparato artístico que nos muestra la otra cara de lo real, frustración y vacío de la existencia. Territorios recurrentes.




Un matrimonio catalán residente en Francia pierde a su hija en un accidente de tráfico. Las imágenes se emborronan, se rompe el sonido para evitar la tragedia irrepresentable. Entonces, a partir de entonces, continúa una vida si cabe más gris, más vacía, la misma de siempre. El padre, a resultas del accidente, ni siquiera recuerda a su hija fallecida. Está atrapado en el presente, que es la materia con la que Rosales construye su reflexión; ese presente infinito del plano fijo, sin montaje interno, sin ritmo entre las secuencias, que impide rebobinar el recuerdo. Cada imagen retoma el principio de la anterior y lo devuelve abierto. Cada plano comienza una película que nunca termina. Es un fluir estático de naturalezas muertas en cuadros descentrados, tan inquietantes, tan porosos como la obra en su conjunto.

Entre todas las escenas, brilla un plano fijo de quince minutos en un cementerio: un registro documental de entierro a una distancia que no registra ni rostros ni lágrimas, solo el tiempo indiferente a la propia película. En ese plano se concentra el discurso pretendido por Rosales, allí donde se confunden misterio, aburrimiento, trascendencia y tiempo esculpido en mármol frío. Casi reveladora, casi mágica, casi frívola. Unos centímetros a su derecha y estaría la nada, donde amenazan con caer los personajes de la película y la película misma con ellos.

Si sobrevive, en última instancia, es haciendo equilibrios en lo incomprensible, que mantiene una tímida llama de interés por la que, de vez en cuando, en raras ocasiones, cruza la sombra de un fantasma. Lo demás es autoría y vacío.

Sueño y silencio. Director: Jaime Rosales. Guionista: Jaime Rosales y Enric Trufas. Intérpretes: Yolanda Galocha, Oriol Roselló, Jaume Terradas, Laura Latorre. 120 minutos. España, 2012. 


artículo publicado originalmente el 14/06/2012 ((http://blogs.elcomercio.es/viajesaningunaparte/page/2/)

No hay comentarios:

Publicar un comentario