viernes, 28 de septiembre de 2012

Demasiado ruido


Christopher Nolan siempre ha sido un cineasta de notable inteligencia. Alguien diferente, con una mirada original. Así lo demostró desde el principio con la magnífica Memento (2000), donde la reconstrucción de la memoria personal modificaba la percepción de lo real, formando un laberinto de minotauro similar al construido en la reciente Origen (Inception, 2010), a la que separan diez años de coherente evolución formal. Ahora Christopher Nolan es un cineasta de notable ambición y su última prueba es El caballero oscuro: la leyenda renace (2012), donde sobrepasa con nota los márgenes de la densidad narrativa que parece perseguir desde su anterior entrega de Batman.


La carrera de fondo de Nolan aún no ha terminado pero, hasta el momento, se dirige hacia la conformación de un estilo propio y desproporcionado, en el que las reflexiones filosóficas, o pseudofilosóficas, se vertebran dentro de estrepitosos blockbusters en los que el abuso de la música y los efectos sonoros, el ruido, la confusión y el deseo de apabullar al espectador de la sala dificultan cada vez más la compresión de su discurso. Existe una contradicción primordial en el último cine de Nolan entre la pátina de profundidad que pretende conferir a sus obras y la velocidad a que las cuenta, impidiendo pensar al espectador y, por lo tanto, participar del tema tratado. Impidiendo una réplica activa a su voz.

Un director que hacía filosofía con sus películas era el japonés Yasujiro Ozu, maestro de un estilo reposado gracias a los célebres pillow shots, planos de recurso entre escenas dispuestos para que el público repasara el contenido de las mismas. La obra de Ozu suponía así una conversación amigable con sus espectadores. La obra de Nolan, un monólogo ruidoso de espectacularidad que empieza a encubrir la inconsistencia del entramado narrativo. Porque si tuviéramos la oportunidad de ver La leyenda renace a cámara lenta, o a ritmo normal simplemente, encontraríamos los enormes fallos de guion que la recorren, con personajes repletos de contradicciones, pasajes repetitivos, secuencias innecesarias y hasta mal rodadas, algo inédito en su filmografía previa. Hasta sus fans más acérrimos han debido enrojecer con el personaje de Matthew Modine, con el torpe sistema de elipsis narrativas o con el final sorpresa. El cúmulo de casualidades y malas decisiones que rige su guion.


Precisamente porque defiendo El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) y la considero una obra magistral dentro de su género, creo que la tercera entrega ha sido una gran decepción. Nolan trata de incorporar al mundo de Gotham la corrupción, el desencanto y los gritos exasperados que recorren nuestro tiempo: el villano Bane surgirá de las alcantarillas aupado por las clases bajas, ídolo de ultraderecha que vende humo de justicia, de igualdad, de venganza para oasis de los desesperados por un sistema que no les representa. Bane es el Robespierre de Historia de dos ciudades -a la que se homenajea en varias ocasiones-, y su revolución será una farsa demagógica orientada hacia la destrucción. Pero entonces, ¿qué es Batman?

¿Cuál es el papel del héroe atormentado? La leyenda renace continúa el relato tras ocho años de paz tutelada por el trabajo policial y los acuerdos políticos. Una mentira, es decir, una leyenda blindada por el comisario Gordon, ha dado estabilidad y fe al sistema democrático de la ciudad a costa, claro, de ocultar parcialmente los hechos y convertir a Batman en el enemigo de Gotham que, con su marcha, permitiría el libre funcionamiento de la democracia. Pero en esta tercera película, sin embargo, aquella victoria se juzga como un error que ha sustentado a un gobierno débil, propiciando la aparición de figuras tan peligrosas como Bane. Dice ahora Nolan que el pueblo necesita héroes fuertes en los que creer, necesita a Batman y a las hordas policiales de la ciudad, requiere de fuerzas protectoras que les digan cómo actuar. Seres superiores.


Y yo no estoy en absoluto de acuerdo. Dentro de la mescolanza ideológica perpetrada por Christopher Nolan, es posible condenar Guantánamo a la luz de la llamada "ley Jack Dent" pero también burlarse del movimiento Occupy Wall Street y mandar al célebre enmascarado al rescate de la Bolsa. Es posible definir con cierta ambigüedad las intenciones ocultas de Bane, y al mismo tiempo verle atacar un estadio de fútbol americano donde un niño entona a capella el himno nacional. Situaciones demagógicas que contradicen seriamente el discurso optimista, confiado en la ciudadanía, que lucía la anterior entrega de la saga. 

Batman era un monstruo como el Joker, como Bane, como el Espantapájaros; una deformación y un peligro para la convivencia. La lucha siempre había sido entre el orden y el caos, entre la vida y la muerte. Por eso al final de la segunda película Bruce Wayne se sacrifica, por aquello en lo que cree más que en sí mismo. La sociedad necesita madurar en libertad, independiente de héroes mesiánicos malvados o reconvertidos al bien. Mala teoría es defender la incapacidad del ciudadano para regirse por sí solo: piensen la resolución opuesta de El caballero oscuro hace un par de años. Mientras en ella era la gente común y anónima quien asumía la responsabilidad con plena madurez, en esta tercera película es una batalla de policías heroicos contra el pueblo descontrolado y criminal que ha secuestrado el poder de Gotham.

Al margen de lecturas electoralistas de ideología republicana, El caballero oscuro: la leyenda renace es una revisión conservadora de toda la saga del superhéroe. Inevitablemente el prisma político ha cambiado. Empiezan tiempos de bandos, repliegues estratégicos y arrepentimientos. Y el murciélago ya no es uno de los nuestros. Igual que hace Bane, de algún modo, Nolan orquesta una distracción de artificios para contarnos, en última instancia, que no estamos preparados para la mayoría de edad, que el individualismo sigue siendo la base del sistema y el sacrificio la medida de redención. Eso, al menos, se colige entre el ruido.

The Dark Knight rises. Dirección: Christopher Nolan. Guionistas: Christopher Nolan y Jonathan Nolan. Intérpretes: Christian Bale, Tom Hardy, Michael Caine, Marion Cotillard, Anne Hathaway, Morgan Freeman, Joseph Gordon-Levitt, Gary Oldman. 164 minutos. Estados Unidos/Reino Unido, 2012.

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