viernes, 21 de septiembre de 2012

Autores de tercería


El argumento es este: un asesino en serie mantiene en vilo a la ciudad de Baltimore con una serie de crímenes de tipo intelectual. Resulta que el docto delincuente reproduce los asesinatos descritos en los célebres cuentos de Edgar Allan Poe, quien muta así en personaje/títere de una historia creada por otro autor de tercería que ha trazado semejante plan con el fin de que regrese a la literatura, pues la época en que transcurre la película son los últimos años de su vida, tras la muerte trágica de su esposa y el incremento de su histórico alcoholismo.

En la secuencia cumbre de este edificio de ficciones escalonadas que es El enigma del cuervo (The raven, James McTeigue; 2012), Edgar Allan Poe se encuentra con dicho autor en el escenario de sus macabros planes. El motivo recuerda, con permiso, a la novela Niebla de Miguel de Unamuno, en el que la conversación metalingüística quiebra el estatuto imitativo de la obra. “¿En el mundo de quién existimos en este momento, Edgar?” llega a preguntarle el villano. “¿En el suyo o en el mío?”. ¿Quién es el narrador que articula, en última instancia, este cascarón posmoderno de muñecas rusas? ¿Dónde está el grado cero de tal remolino de ficciones reflectantes?


No es la primera vez, ni mucho menos, que se practica un ejercicio similar. John Huston introdujo a Rudyard Kipling como tercer personaje de El hombre que pudo reinar (The man who would be king, 1975). Gregory Peck fue un Francis Scott Fitzgerald a medio camino entre sus ficciones y la realidad de su vida. ¿Y qué se puede decir de los hermanos Grimm creados por Terry Gilliam? Pero el gran error de la película consiste en domesticar el estilo poético, sugerente e irracional que emana de las páginas de Poe en un misterio de torpe desarrollo y abundantes filigranas. James McTeague resucita al genio de Baltimore para recluirlo en un juego necrófilo en el que el histerismo de Cusack delata la dislocación narrativa del personaje.

El enigma del cuervo se convierte así en una pesadilla enferma y nocturna de Edgar Allan Poe, el retortijón de un admirador enfebrecido. Según nos alejamos del corazón de la película, del pulso originario marcado por relatos como El corazón delator o El pozo y el péndulo, el guion transmuta en sucesivos niveles creativos que vulgarizan de forma progresiva su objetivo. Primero los crímenes del asesino, que copian sin pudor -y sin ángel- sus más famosas obras. Después el Baltimore de estética gótica, recién salido del Londres visto en Desde el infierno (From hell, 2001), la vistosa adaptación del cómic homónimo de Alan Moore. Y, por último, la persecución policial del asesino, con su trama de pistas y giros previsibles a costa de thrillers como Seven (1995) o El silencio de los corderos (The silence of the lambs, 1991). En fin: imágenes proyectadas desde transparencias de sombras de formatos en los que alguna vez hubo una idea. Mediocres universos iterativos.


Tremendo desperdicio de materiales. Al final de la película, Poe muere en el banco del parque donde sería encontrado al día siguiente por un ciudadano anónimo. El cineasta James McTeague reinterpreta la escena como un sacrificio del escritor tras enfrentarse al horror surgido de sus ficciones. Pero es aún peor. Poe muere padre de un demente que ha malinterpretado su herencia, su obra, en una vulgar trama de asesinos en serie. Poe muere padre del horror provocado por el mediocre universo de un imitador. Como él mismo le dice cara a cara “estoy frente a un plagiador que ni siquiera tiene la originalidad de inventarse a sí mismo”. E irónicamente, bajo la sombra unamuniana de sus palabras, estas parecen elevarse por encima de su naturaleza, directas hacia el autor último, el autor oculto que ha osado revivir a tan ilustre cadáver. Y para esto. 

Dejen que los muertos descansen en paz. 

The raven. Director: James McTeague. Guionistas: Ben Livingston y Hannah Shakespeare Intérpretes: John Cusack, Alice Eve, Brendan Gleeson, Luke Evans, Kevin McNally. 110 minutos. Estados Unidos/Hungría/España, 2012. 

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