A
pesar de que este Amor bajo el espino
blanco (Shan zha shu zhi lian,
2010) –la penúltima obra del cineasta chino Zhang Yimou–, sea en
realidad la adaptación cinematográfica de una historia real a su vez novelada
previamente por la escritora Ai Mi; es decir, a pesar de que sea un relato
compuesto por varias rescrituras sucesivas hasta caer en su estatuto final de
obra filmada, la película de Yimou solo confirma su dirección narrativa en el
bello epílogo que nos informa de que el espino blanco, y con él la memoria de los
jóvenes amantes que protagonizan el relato, yace sepultada bajo la presa de
las Tres Gargantas, la ciclópea construcción que encarna la identidad
actual del estado chino.
Sin
salirse, por tanto, de los cánones que han cimentado el estilo naturalista de
Zhang Yimou -el de Sorgo rojo (Hong gao liang, 1988) o El
camino a casa (Wo de fu qin mu qin,
1999)-, su nueva película se aproxima
a las preocupaciones tratadas en el cine de la Sexta Generación -la de
Jia Zhangke o Wang Xiaoshuai-, en torno a la memoria, el presente y la
desorientación de la nueva sociedad capitalista. En todos ellos, la
construcción de la presa sirve de motivo temático que induce a preguntarse por
la pervivencia de ese pasado sumergido en las entrañas del pueblo chino. Con
las palabras “Jing regresa cada año en
memoria de Sun. Ella cree que el espino blanco florece aún bajo el agua”, la
película está lanzando al aire una interpelación al público sobre la que se ha
sostenido su historia amorosa. ¿Es capaz este pasado de sobrevivir a la
velocidad fulgurante del presente impuesto por el sistema capitalista? ¿Existe
un espacio en la actualidad reservado para esta clase de relatos emocionales? O
también, quizás, ¿está a tiempo Zhang Yimou de recuperar la pureza de estilo exhibida
en sus primeras películas?
La
respuesta sería probablemente negativa, en concreto a la tercera interrogación,
que es la única que podemos contestar desde aquí. No resulta suficiente para
ello el retrato femenino de la obstinada Jing, ni la delicadeza con que se nos
narra la historia de los amantes, ni tampoco los apuntes sociológicos que amplían el
contexto a los primeros años de la Revolución Cultural. Amor bajo el espino blanco, como su propio título indica, es un
relato idealizado que, dentro de las nuevas coordenadas realistas, evoca una
historia de amor estética, pulcra, emotiva pero apenas conmovedora si la
comparamos con su referente más claro, la magistral El camino a casa en la que la historia de amor y el curso de la
naturaleza se entretejían con absoluta naturalidad para coadyuvar a su final
feliz por encima de los condicionantes sociales.
El
adversario de los jóvenes Jing y Sun es, por el contrario, el curso del tiempo
que, aparentando favorecer a los amantes, trama entre las
sombras el final trágico que ya nos había pronosticado el tono elegíaco de su narración. A raíz de esa diferencia radical en su argumento, el cineasta prioriza la
inocencia nostálgica del relato para convertir en rito cada escalón del proceso
romántico. Los personajes secundarios, incluida la madre de la chica, están
situados en función de su influencia en el destino de los jóvenes. La técnica
de los intertítulos, por ejemplo, sirve para suavizar las bruscas elipsis que
concentran el tiempo en lo esencial según lo decide ese mismo recuerdo evocado.
No hay, por tanto, una temporalidad liberada de sus consecuencias salvo los instantes
que ambos comparten juntos, como la escena del baño a mediodía o el paseo en la
bicicleta de Sun.
El
nuevo film de Zhang Yimou dispone una estructura aparentemente cronológica donde el
tiempo parece fluir con naturalidad hacia un futuro esperanzado. Pero a su vez
está narrada desde el punto de vista contrario, desde la conciencia de su final
hacia la remembranza de sus inicios, en lento descenso por la memoria herida de
la chica y con ella de toda la comunidad. De forma paralela, esa mirada en
retroceso es también la del propio cineasta chino, que intenta recuperar la
pureza de sus orígenes mediante la sutil introducción de ese color rojo tan
característico de su obra: el de los frutos del espino que resurgen en el abrigo rojo con el que la chica corre al encuentro de Jung contra todas las circunstancias. El color rojo de los frutos
que quizá sobrevivan sumergidos bajo el agua de las Tres Gargantas como
testigos elocuentes de una Historia que arrastra sin piedad personas, palabras, secretos y
castas historias de amor.
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