Hagan memoria durante
unos segundos. ¿Cuántas películas pueden recordar que empiecen con un personaje
despertándose por la mañana? Apuesto a que decenas, cientos, puede que incluso más, a las que se suma desde hoy Headhunters (Morten Tyldum,
2011), otra adaptación de novela negra escandinava que recala en salas
españolas con un año de retraso desde su estreno mundial. Al protagonista de esta historia no solo le
vemos levantarse, sino también desayunar, dar los buenos días a su mujer,
arrancar el coche y dirigirse a su trabajo. Cada paso puntuado por su voz en
off que nos explica la rutina satisfactoria de su existencia. Es un hombre de
éxito, al parecer, y pronto su vida se va a ir la mierda.
Comenzar un relato por
la mañana, por el principio de la historia, es un recurso inconsciente del
guionista profesional. Empezar desde cero, presentar al personaje en su vida
cotidiana, desarrollar con orden y sentido el espacio en que transcurre su
identidad, su medio ambiente. Rasgos de una película educada y gobernada por la razón de
una tabla de sumas y restas, sin multiplicaciones ni números primos. Durante la
primera media hora del film asistimos como mudos espectadores a una presentación de libro, donde un universo establecido anuncia indicios de resquebrajarse a
partir de ciertos agujeros y diminutos errores cometidos por el protagonista en
el marco de lo previsible. Conformes en que se trata de la adaptación literaria
de una novela comercial, anhelada en su versión cinematográfica por hambrientos
lectores que, curiosamente, solo desean ver sus imaginaciones representadas en la
pantalla, sin golpes de timón inesperados, sin sorpresas ni variaciones
respecto al texto original. Desean ver lo que ya conocen, así que les gustará ese
primer acto tan racional, tan sofisticado, tan banal. Son los mismos
espectadores, supongo, que agradecieron la última media hora del Millennium (The girl with the dragon tattoo, 2011) de David Fincher, la cual
debería haberse quedado para siempre en la sala de montaje.
Por alguna razón
solemos aceptar que la cordura y el orden gobiernan la realidad cotidiana. Ese es
nuestro primer error al entrar en una sala de cine o al leer los periódicos
matinales. Asumimos que la verdad y la realidad son una misma cosa. Por eso la
última media hora de la película nos ofrece un regreso a ese principio normalizado
de lo cotidiano. Hemos vivido una pesadilla, una mala semana que se ha
terminado con moraleja incluida. Ahora piensen, ¿cuántas películas que
comienzan con un despertar terminan con otro paralelo? Quizás no sean tantas,
pero a ese número considerable también se suma Headhunters, porque el amor del guionista profesional a empezar sus
relatos por el principio es un capricho, una simple moda al lado de su amor a
terminarlos de forma circular. Un buen final, como final auténtico, como como final tranquilizador, es aquel que termina bien, con
todos sus elementos reparados y en equilibrio con las exigencias de la razón.
Parece lógico, pero
también muy aburrido. Si ha tenido tanto éxito la novela negra escandinava es
precisamente por lo contrario. Por la ristra de violadores, sádicos, nazis, empresarios y demás hijos de puta que colman sus páginas. A los
lectores les gusta ver las apariencias trastocadas, desean ver a los ricos sufrir y
retorcerse de dolor; ver cómo se desploman edificios imponentes y se abren como flores
los secretos mejor guardados. Headhunters
despierta en realidad a la media hora de metraje, cuando su director decide
soltar a la jauría de perros del caos. Son cuarenta y cinco minutos catatónicos, inexplicables, de
perversión en llamas, en los que el personaje se ve
obligado a escapar de su entorno seguro y adentrarse en los bosques noruegos de
la sinrazón, donde la lluvia precede a la tormenta, la noche y la muerte.
Se diría que en el
minuto treinta y cinco se acciona en la película algún resorte oculto, suena el pistoletazo de
salida y empieza a correr el cine. Su cambio de ritmo es repentino. Demuestra entonces
el film una maldad considerable para provocar el desorden social en el seno de
la trama. En este Headhunters caben
truculentos asesinatos, surrealistas persecuciones a través del campo y
auténticas bizarrías como sumergir a su personaje en un pozo de excrementos que
tendrá que cargar a su espalda durante toda la noche. Y siempre gobernados por el azar, por
la incomprensión de una cadena de sucesos abierta a la elucubración, sin amigos
ni enemigos declarados. Puro alboroto, griterío sangriento en el que solo la
violencia, cuando surge, se siente como real, como prueba de que el dolor
existe, de que está al acecho tras ese frágil equilibrio que llamamos razón y
que nos gusta tanto, que tanto nos aplaca, que siempre deseamos recobrar en el epílogo de las películas incluso haciendo la vista
gorda a las numerosas trampas de guion que nos lo devuelven intacto. O casi intacto.
Headhunters.
Director: Morten
Tyldum. Guionistas: Ulf Ryberg y Lars
Gudmestad, basado en la novela de Jo Nesbo. Intérpretes: Aksel Hennie, Nikolaj Coster-Waldau, Julie R.
Olgaard, Daniel Bratterud. 101 minutos. Noruega, 2011.
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