Defiendo
la teoría de que en toda película fallida, por muy fallida que resulte esta, o
por muy equivocado que sea su planteamiento, existen al menos una o dos
escenas que revelan su verdadera naturaleza. Son instantes que el director
visualizaba con mayor claridad, por ser más personales, quizás, o por llevar
también más trabajo, y que a buen seguro nacieron en los orígenes del proyecto,
allí donde se intuía la atmósfera deseada que, lamentablemente, fue perdiéndose
en las distintas fases hasta llegar al espectador. Hitchcock las definía como
aquellas secuencias que permanecen en el recuerdo cuando las luces se apagan, las
que sostienen la idea principal durante el desarrollo de una obra.
En
la última película de Antonio Chavarrías, titulada Dictado (2012), esa secuencia es sin duda el suicidio del
personaje de Mario, situada en los primeros diez minutos como prólogo a la oscuridad
por venir. En ella, una escena cotidiana como es el baño nocturno de
una niña se transforma en una experiencia terrorífica cuando el padre desarma
una maquinilla de afeitar y entra en la bañera sin quitarse la ropa. El
naturalismo de la escena, aderezado con las risas ingenuas de la niña, migra
progresivamente hacia una furtiva inquietud que culmina en el plano final de la
sangre rebosando la bañera, esculpido a la perfección por el sutil diseño de
sonido en ausencia de banda musical. A través de un estilo realista y en
apariencia sosegado, Chavarrías logra trasladarnos al corazón mismo del cine de
género, sin máscaras ni fuegos de artificio que lo adornen.
Lo
que ocurre con Dictado es que, al margen de esta escena aislada, ninguna otra alcanza un mínimo grado de desasosiego para
un supuesto thriller. La madre de sus
problemas es un guion que pretende jugar con muchas cartas sin quedarse con
ninguna, huyendo del concepto de género a través del naturalismo para regresar después a las tumbas profundas del
tópico, dignas en su torpe final del artesano más yanqui del ramo. A estas
alturas ningún director debería sentirse avergonzado de realizar género puro y
duro, ni siquiera el más europeo de ellos como quizás se vea Antonio Chavarías.
El error seguro es hacer género sin reconocerlo, tratando de casar una historia
fantástica de reencarnaciones con un melodrama familiar sobre la paternidad.
Personalmente,
discrepo de su tono melifluo, lánguido, tenue, sin chicha. Creo que sus
personajes están mal descritos, o apenas descritos a pesar del esfuerzo de
Barbara Lennie, la mejor del reparto, por darle profundidad psicológica más
allá de la superficie. Considero que los recursos que utiliza para producir
inquietud no funcionan, pues de nuevo Chavarrías minimiza la tradición del
género utilizando herramientas tan sutiles como ingenuas: ahí están el lazo del
pelo de la niña o sus inanes conversaciones con el padrastro. Y, por delante de
todo lo demás, pienso que nunca debería haberse rodado un guion con semejantes
agujeros, que sostiene su intriga en un ocultamiento de información demasiado
obvio; no solo para el espectador, sino también para sus protagonistas.
Dictado se plantea como
una reflexión sobre el odio, sobre la violencia que atraviesa las líneas
temporales y generacionales hasta alcanzar a la infancia. Con un argumento
similar, Kubrick rodó El resplandor (The shining, 1980), una obra maestra del
género a base de resquebrajarlo mediante audacias estéticas. El más desconocido
Jonathan Glazer también rozó sus entrañas en Reencarnación (Birth, 2004),
película escrita por Jean-Claude Carrière que guarda notables semejanzas con Dictado, tanto en argumento (idéntico)
como en la convivencia entre género y naturalismo, sospecha y cotidianeidad, fantasía
y melodrama de familia. Curiosamente, las dos obras también coinciden en su ingeniería:
recordemos la escena en que Nicole Kidman compartía bañera con un niño, por
entonces muy polémica debido a que no se trataba de violencia, sino de sexo de lo
que se hablaba bajo la superficie de aquellas aguas. La bañera, de nuevo, componía
la escena identificable de aquella película, la más recordada: Antonio Chavarrías, al
menos, parece que aún la recuerda.