La
libertad humana ha de ser algo distinto a ese concepto individualista y
romántico que rechaza las relaciones de dependencia entre entidades físicas
simbolizadas por una cadena. Existen las cadenas de hierro forjado, atadas al
tobillo para señalar una esclavitud social como la que ilustra estos
días el cartel de Django unchained
(Quentin Tarantino, 2012). Y esas deben ser rotas, desde luego. Existen, sin
embargo, otras cadenas naturales de las que el ser humano forma parte y que
nunca deberíamos olvidar como las que trata Bestias del sur salvaje (Beasts
of the Southern wild, Beith Zeitlin, 2012), la película revelación del año.
En palabras de la niña protagonista, “veo
que soy una pequeña parte de un gran, gran universo y siento que así debe ser”.
Algo se intuye en el film sobre la esclavitud social –ese muro construido
para separar dos sociedades desiguales–, pero es la otra, la universal, de la
que nos habla el discurso del cineasta. Quizás la crisis ecológica de nuestro
planeta, quizás también la descompensación mundial, se deban en gran medida a
que nuestra idea de libertad esté basada en la liberación de esas cadenas en
lugar de la consciencia –satisfecha, sin rémoras– de pertenencia del ser humano a ellas.
En
los prolegómenos de la película, Hushpuppy merodea por el granero escuchando los
latidos internos de una gallina, pues “todos
los corazones laten y bombean y se hablan de formas que no entiendo”. El
propósito de la niña será entonces el de encontrar durante su viaje
el orden que rige ese universo caótico, cruel incluso, del que
ella forma parte. Una madurez integrada en el seno de la naturaleza. Un reencuentro
con la naturaleza salvaje que el cineasta nos hace sentir desde la corteza de
sus imágenes ásperas, de prodigiosa vida nuclear. “El universo entero depende de que cada pieza encaje en su lugar”
nos dirá más adelante. La integración del ser humano depende de su relación
física con las cosas que le rodean, con sus ritmos y sus centros secretos que
el cineasta atiende para nosotros, asumiendo la convivencia de la vida y la
destrucción, del realismo exacerbado y sucio y de la fantasía arcaica que liga
con la ciencia-ficción de tintes apocalípticos.
En
Bestias del sur salvaje fondo y forma
participan de un mismo espíritu, como partes de un todo superior. Cuando uno se
refiere a la extrema originalidad de la película no se trata de una ruptura con
modelos anteriores que esta haya superado. Bestias…
es, por el contrario, un pastiche que alcanza la libertad creativa mediante la
combinación de una miríada de referencias conjugadas por su puesta en escena.
Nunca negando, sino afirmando las dependencias de su imaginario con los cuentos
infantiles, la narrativa de Mark Twain, las leyendas del sur, el cine de catástrofes
o el drama familiar, surge de todo ello una amalgama única, libre por madura, personal, valiente, voraz. En ocasiones, Zeitlin debe introducir su cámara
más allá de la corrección -dentro de una olla hirviendo, en las entrañas de un
animal- para captar texturas y sensaciones que reconcilien su discurso
con las partículas que lo forman. Su película propone así un realismo mágico que
atiende primeramente al realismo entendido como descripción de ambientes y
superficies tales como el poblado chabolista de la “bañera”, la vida en
el río –inevitable evocación del Mississippi de Twain–, la calidez estridente
del prostíbulo o ese hospital en que los personajes son desposeídos
de su identidad, esta vez sí, como seres que se saben libres.
El año pasado fueron a coincidir en cartelera un cúmulo de películas que especulaban un hipotético fin del
mundo, algunas de cineastas importantes como Lars Von Trier, Abel Ferrara o
Jeff Nichols. Bestias del sur salvaje
también participa de esa temática aunque rehúye la desesperación propia de unos
personajes burgueses y educados en la cultura del pecado y el castigo divinos.
La particular comunidad de seres –humanos y animales– que habitan la “bañera”,
al sur de la gran barrera delimitadora, ejemplifican, por el contrario, la
idiosincrasia de una cultura basada en la adaptación constante a las
rotaciones de ese mundo que sienten como un cuerpo próximo. Mientras su trama,
sus comportamientos, sus imágenes pueden resultar desoladoras –en el fondo, narra
la historia de una niña y su padre enfermo–, su mensaje se eleva al
final en voz reconfortante pues, sin levantar la vista del horizonte que
divisan los personajes, Zeitlin dirige sus conflictos hacia la adquisición
de una fuerza interior, inmanente al individuo, que se endurece y sobrevive a
las catástrofes para seguir –inevitable recuerdo del Katrina y Nueva
Orleans– sin miedo hacia adelante, adonde lleguen los caminos imprevisibles
del sur salvaje.
Beasts of the Southern wild. Director: Behn Zeitlin. Guionista: Behn Zeitlin y Lucy Alibar, según la obra de esta. Intérpretes: Quvenzhané Wallis, Dwight Henry, Levy Easterly,
Lowell Landes, Pamela Harper, Gina Montana. 91 minutos. Estados Unidos, 2012.
Extraordinario debut, Bestias del sur salvaje, un territorio real más poderoso que el más allá imaginado: bestias, entre las que se encuentra el hombre, de la mano de la naturaleza. ¡No os la perdáis!
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