La
base argumental con la que dialoga el guion de Ruby Sparks (2012), la nueva película de Jonathan Dayton y Valerie
Faris, más conocidos por su comedia Pequeña
Miss Sunshine (Little Miss Sunshine)
del año 2006, es lo que podríamos llamar un motivo o tópico literario que consta
de una larga tradición en la cultura occidental. El escritor protagonista del
film se enamora hasta tal punto del personaje femenino de su última novela que esta se torna corpórea, como una musa rediviva que encarna fielmente sus
fantasías creativas, eróticas y sentimentales. Se trata en esencia del mito
griego de Pigmalión y de su escultura convertida en mujer por la gracia de la diosa
Atenea. La misma base del Pigmalion
(1912) de George Bernard Shaw reconvertido a su vez en el My fair lady (1964) de George Cukor, aunque también inspiración de
la más reciente La vida interior de
Martin Frost (The inner life of
Martin Frost, Paul Auster; 2007), donde ya encontramos la figura del
escritor y de la musa literaria que interpretaba por entonces la actriz Irene
Jacob.
Interesa
en Ruby Sparks, no obstante, analizar
las diferencias respecto a ese modelo antes que sus obvias semejanzas con él.
En concreto el punto de vista del relato, que aparenta ser el del novelista y
genio prepúber Calvin Weir-Fields, es decir un punto de vista de clara preeminencia
viril. Y en ello reside la contradicción de la película, pues resulta que
su guion es obra en solitario de Zoe Kazan, así mismo actriz protagonista de la
obra y productora ejecutiva del proyecto junto a Paul Dano, así mismo actor
protagonista de la obra y novio en la vida real de Kazan, principal responsable
de Ruby Sparks a pesar de que delegue
la dirección en, a su vez, la pareja formada por los cineastas Dayton y Faris. Simétricas relaciones
de las que podríamos deducir, en consecuencia, un engañoso punto de vista bajo
el que subyace la mirada crítica de una mujer analizando fantasías hasta el
momento de exclusividad masculina: el tópico de una fémina perfecta modelada
por el hombre a su imagen y semejanza divinas.
Y es que si
trasladáramos el mito grecolatino de Pigmalión a los principios morales de la religión cristiana, seguramente brotaría ante
nosotros el mito de Adán y Eva en el que la mujer es creada para servir de acompañante al hombre solitario. El final de My fair
lady alteraba ya la ironía de George Bernard Shaw para insinuar que Eliza
Doolittle, a pesar de su enfado con el profesor Higgins, acabaría por someterse
a sus designios matrimoniales. En esta Ruby
Sparks, por el contrario, el giro reivindicativo de su autora –nieta, por
cierto, del maestro Elia Kazan– pone de relieve el poso de misoginia latente en la
tradición literaria occidental. Ocurre, por ejemplo, con el personaje de Lila,
la exnovia de Calvin a la que hemos escuchado calumniar de forma unánime en
varias conversaciones. Pero cuando esta aparece en pantalla y adquiere el derecho
a defenderse de dicha acusación, descubrimos que ha sido tan culpable como el
propio Calvin, cuyo egocentrismo le impedía comprender los deseos y las
insatisfacciones de la pareja con la que compartía su vida. La escritura literaria se
erige para el personaje -el joven genio- en un acto de autoafirmación egoísta, una extensión
de su personalidad “extraordinaria” al resto del mundo incapaz de proporcionarle completa satisfacción. Pero ¿qué opina su musa de esto? ¿Alguien le ha preguntado su punto
de vista?
Al
cruzarse en Ruby Sparks el mundo de
la ficción con la realidad cotidiana que viven los personajes, la chica se tornará esclavizada por el deseo posesivo del escritor. En la vida no existen
las mujeres perfectas, y al contacto de su musa ideal con el aire de la
existencia ordinaria, esta requiere un mayor grado de autonomía del que Calvin
hubiera podido desear. Así que ante el miedo irreprimible a que ella, su propia
creación, pueda independizarse y dejarle de nuevo a solas, Calvin no dudará en
eliminar su libre albedrío y transformarla en un títere de su estado de
ánimo. Sorprendentemente, el
desarrollo de esta ilusoria relación –un personaje de carne y hueso y el espectro
de una fantasía ideal– supera de esta manera los límites de la comedia para
convertirse progresivamente en un drama muy poco o nada complaciente con sus personajes.
Dentro
de los diferentes niveles de lectura que ofrece Ruby Sparks, la película funciona desde su apariencia de comedia ligeramente
naíf hasta como revisión crítica de los patrones femeninos estandarizados en la
creación literaria. El personaje de Pigmalión, tal como nos lo ha presentado el
mito griego, era reconocible por su carácter misógino, por su rechazo hacia las
mujeres mundanas de su tiempo. De igual modo, Calvin solo cree digna de
atención a una mujer surgida de su intelecto, creada a partir de una de sus
costillas. En la modélica conclusión del film, los dos personajes deberán
replantearse los estereotipos en que cada uno ha sido encasillado y en los que
ha encasillado al otro, con lo que Ruby
Sparks conecta de forma instantánea con el mensaje de Pequeña Miss Sunshine y con la temática de sus dos realizadores: la
necesidad de huir de los modelos marcados por la presión de la sociedad y la
búsqueda de la satisfacción personal inherente a uno mismo. Una obra de apariencia ligera pero rica en recovecos y agradables sorpresas.
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