Jaime
Rosales es el señor serio del cine español. Es el sacerdote sin parroquia que
nos alerta, película sí, película también, sobre el peligro de las habitaciones
vacías. Ha descubierto Jaime Rosales que la soledad reside en los cuerpos y en
los instantes y en las conversaciones de autobús. Observa a sus vecinos a
través de las ventanas y entresaca un residuo subterráneo de frustración y
trascendencia.
En Sueño
y silencio (2012), su cuarta obra de aliterado título, reinan el
silencio y la soledad, pero eso hubiera sido repetirse y Rosales ha preferido
embestir, siempre hacia adelante. Dicen –él lo dice– que el primer montaje del
proyecto duraba tres horas y media y actualizaba los mitos bíblicos del
sacrificio de Isaac y el calvario hasta el Gólgota. Un padre mataba a su hijo,
entre otras cosas que a fin de cuentas no entraban en la narración y que había
que excluir para que fuera comprensible. Nada queda de eso. Ha preferido
Rosales cercenar su obra y estrenar las cenizas con pompa en el Festival de
Cannes. Rodar es preguntar(se) y el artefacto es la herramienta primordial del
cineasta, que nunca le abandona: el blanco y negro como lámina, los actores no
profesionales, la improvisación como recurso. En Sueño y silencio
trabaja sobre el bloque desnudo, sin saber el rumbo ni el recorrido de su
búsqueda. Solo Rosales y su aparato artístico que nos muestra la otra cara de
lo real, frustración y vacío de la existencia. Territorios recurrentes.
Un
matrimonio catalán residente en Francia pierde a su hija en un accidente de
tráfico. Las imágenes se emborronan, se rompe el sonido para evitar la tragedia
irrepresentable. Entonces, a partir de entonces, continúa una vida si cabe más
gris, más vacía, la misma de siempre. El padre, a resultas del accidente, ni
siquiera recuerda a su hija fallecida. Está atrapado en el presente, que es la
materia con la que Rosales construye su reflexión; ese presente infinito del
plano fijo, sin montaje interno, sin ritmo entre las secuencias, que impide
rebobinar el recuerdo. Cada imagen retoma el principio de la anterior y lo devuelve abierto. Cada plano comienza una película que nunca termina. Es un
fluir estático de naturalezas muertas en cuadros descentrados, tan
inquietantes, tan porosos como la obra en su conjunto.
Entre todas
las escenas, brilla un plano fijo de quince minutos en un cementerio: un
registro documental de entierro a una distancia que no registra ni rostros ni
lágrimas, solo el tiempo indiferente a la propia película. En ese plano se
concentra el discurso pretendido por Rosales, allí donde se confunden misterio,
aburrimiento, trascendencia y tiempo esculpido en mármol frío. Casi reveladora,
casi mágica, casi frívola. Unos centímetros a su derecha y estaría la nada,
donde amenazan con caer los personajes de la película y la película misma con
ellos.
Si
sobrevive, en última instancia, es haciendo equilibrios en lo incomprensible,
que mantiene una tímida llama de interés por la que, de vez en cuando, en raras
ocasiones, cruza la sombra de un fantasma. Lo demás es autoría y vacío.
Sueño y silencio. Director: Jaime Rosales. Guionista: Jaime Rosales y Enric Trufas. Intérpretes: Yolanda Galocha, Oriol Roselló, Jaume Terradas, Laura Latorre. 120 minutos. España, 2012.
Sueño y silencio. Director: Jaime Rosales. Guionista: Jaime Rosales y Enric Trufas. Intérpretes: Yolanda Galocha, Oriol Roselló, Jaume Terradas, Laura Latorre. 120 minutos. España, 2012.
artículo publicado originalmente el 14/06/2012 ((http://blogs.elcomercio.es/viajesaningunaparte/page/2/)
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