viernes, 2 de noviembre de 2012

Piezas de museo




Suele citarse el origen del esperpento en los actos funerarios del bohemio Alejandro Sawa, escritor maldito del Madrid de principios de siglo XX que murió “ciego, loco y en la más absoluta miseria” tras una vida abonada a la leyenda. A su piso habrían acudido amigos del autor como Rubén Darío o Ramón María del Valle-Inclán quien, a la vista del cadáver de su colega, empezaría a concebir el personaje de Max Estrella y con él su inmortal obra Luces de bohemia, en la que quiso representar su llanto “por él, por mí y por todos los pobres poetas”.


Un siglo más tarde, y con el fallecimiento en 2008 de Rafael Azcona, el último autor puro del género, parece cerrarse un ciclo histórico y literario, y tampoco ha faltado quien viera en la muerte del guionista la ocasión para abordar el esperpento en un homenaje post mórtem. Se trata de Los muertos no se tocan, nene (José Luis García Sánchez, 2011), un regalo de sus últimos colaboradores y amigos para adaptar la novela inédita de su trilogía de posguerra, a la que pertenecen El pisito (1959) y El cochecito (1961), ambas dirigidas por el italiano Marco Ferreri.

Si bien el esfuerzo es, de primeras, meritorio, el proyecto deja un regusto a memoria histórica tardía y funcionarial; un deseo más ansiado por sus autores que por el ilustre fallecido, que deja tras de sí una obra impecable y extensa durante más de cincuenta años dedicados al cine. Existe tal cantidad de reverencias y temores y recelos a la hora de manipular cinematográficamente su herencia que la película, de resultas, se acaba pervirtiendo en ejercicio autoconsciente muy similar al realizado por Gus Van Sant en la funesta Psicosis (Psycho, 1998): elaborar una copia tan exacta del cine clásico que nos desvele la imposibilidad irrevocable de continuar hoy en día ese cine clásico, definitivamente perdido en los sótanos de la historia del cinematógrafo. En efecto, la película de García Sánchez no olvida la fotografía en blanco y negro, ni el sonido doblado en estudio, ni los diálogos rápidos, de réplica mordaz y abundancia de personajes. Pero falta el ritmo, la velocidad, la mala hostia y la sustancia que convierten a las grandes películas en auténticos seres vivos.


Cuando un objeto pierde el sentido práctico para el que fue concebido, su único destinatario es el museo, como le ocurre a este Los muertos no se tocan, nene, pieza de coleccionista teatrera y con cierto sabor nostálgico que apaga la llama de su furia original. Queriendo construir una continuidad natural con los clásicos del esperpento, la película revierte en torpe réquiem y certificado de defunción para el género más nacional. Anacrónica por naturaleza, produce la sensación de haber perdido una oportunidad de oro para ensalzar al maestro, en su mismo funeral, de cuerpo presente, siguiendo el argumento de la novela y ante la nómina completa de sus grandes personajes. Si Luces de bohemia supondría, a la postre, el nacimiento del género, Los muertos no se tocan, nene se erige así, de forma involuntaria, en su trágica e irrevocable despedida.


Quizás el problema principal radique en la desafortunada elección del director José Luis García Sánchez, que colaborara durante años con el guionista riojano y que ahora sobrevive con proyectos de tercera como la reciente comedia Don Mendo Rock (2010). Quizás, y esto ya es un ejercicio de cine-ficción, hubiera podido convencerse a Álex de la Iglesia, el cineasta que mejor conserva la savia del esperpento gracias, precisamente, a mezclarlo con el cómic, la ciencia-ficción o el estilo circense de Federico Fellini. En un anuncio reciente dirigido por el propio de la Iglesia, numerosos cómicos de la historia de nuestro país se reunían ante la tumba de Gila, otro de los grandes, para rendirle un homenaje tan sencillo como conmovedor. Con algo parecido hubiera bastado.

Los muertos no se tocan, nene. Director: José Luis García Sánchez. Guionistas: David Trueba, Bernardo Sánchez y José Luis García Sánchez, basado en la novela de Rafael Azcona. Intérpretes: Silvia Marsó, Carlos Iglesias, Blanca Romero, Carlos Álvarez-Novoa, Mariola Fuentes. 90 minutos, España, 2011. 

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