domingo, 18 de noviembre de 2012

Jóvenes culpables





A la hora de comentar una película como Tengo ganas de ti (Fernando González Molina, 2012), cuando surge la ineludible idea de que solo se trata de un divertimento elaborado para adolescentes, deberíamos recordar el magnífico artículo escrito por Jesús Palacios para su antología Euro Noir. Seria negra con sabor europeo y titulado “Ni rebeldes ni causa: delincuencia juvenil en el cine español de los 90”. En esas páginas se desgranaba con lucidez el (mal)trato estremecedor dado a los jóvenes en nuestro cine, descritos siempre como culpables de un delito primigenio y a la vez acosador. Películas como Historias del Kronen (Montxo Armendáriz, 1995) o las Mentiras y gordas de nuestra admirada ministra Sinde (Albacete, Menkes, 2009) mostraban una juventud inconsciente sin respeto alguno por la moral. Una juventud que debe pagar sea cual sea su delito, mediante una llamada a comisaría o mediante la muerte propiciada por sus propios excesos.

Cuanto más ligera sea la apariencia externa de un producto, más alerta deberíamos estar sobre su contenido. Esta saga que comenzó con 3 metros sobre el cielo (Fernando González Molina, 2010) y que, afortunadamente, solo consta de dos novelas, finge presentarnos a un personaje rebelde, heroico, de supuesto atractivo irresistible. Se hace llamar H y compite a diario en carreras de motos ilegales, entrena en un gimnasio de boxeo y en realidad poco más, ya que prima en sus historias el cuento romántico destinado a una generación crecida entre Justin Bieber y los vampiros de Crepúsculo (Twilight, 2008). Resulta que el origen de nuestro héroe se halla en el descubrimiento de la infidelidad de su madre, un hecho que iba a derrumbar el sistema de valores burgueses que le habían enseñado pues, desde entonces, se opone al mundo de los adultos como un renacido y musculado James Dean.

Hasta ahí todo podría ir bien. O al menos no tan mal. Sin embargo, los problemas vienen ahora: ese héroe es Mario Casas. Y tampoco esto importa demasiado, podríamos haberlo superado, podría ser admisible si no fuera por la cantidad de penalidades y tragedias que le ocurren al chico a lo largo de esta película y de las dos si conseguimos sumarlas. Recaen sobre él tremendas culpas, generadas por sus actos, que encubren un grado atroz de conservadurismo aún dudo si profundo o superficial y cuál de los dos es más pernicioso. En la cumbre emocional de Tengo ganas de ti llegan a confluir en paralelo una carrera de motos “a muerte”, la ruptura definitiva de una relación sentimental, un suicidio alentado por el fantasma de un amigo muerto (¡!), un intento de violación a cargo de un par de productores televisivos (¡!) y el velatorio de una madre moribunda a causa del cáncer (¡!).

Se le agotan a Tengo ganas de ti los recursos del culebrón tradicional. Si no supiéramos que el guion corre a cargo de Ramón Salazar –director, por ejemplo, del musical sobre transexuales 20 centímetros (2005)– podríamos alcanzar a creérnosla en su amplia dimensión desesperada. Bajo la tópica lluvia redentora, que siempre proporciona ambiente a esta clase de secuencias, los personajes deben lavar sus misteriosas culpas a través del dolor, del sufrimiento, del martirio personal. ¿Pero de qué son culpables? El resto de la película apenas nos cuenta una historia de amor previsible entre adolescentes guapos, ricos, que viven en amplios apartamentos en el centro de Barcelona, que tienen aficiones artísticas, encuentran trabajo sin dificultad y pasan largas estancias en Londres.


Si son culpables de algo es de vivir bajo un régimen moral añejo dispuesto a advertir a nuestros jóvenes de los peligros de la independencia, la rebeldía, la transposición del camino marcado. A pesar de que en la película los adultos estén vacíos, sean adúlteros o incompetentes, o precisamente por ello, apropiándose de sus errores para su calvario particular. Es curioso que en ninguna de las dos películas surjan conflictos externos a los protagonistas: son sus sentimientos los que provocan la desgracia. Sus deseos de participar en un programa de televisión –¿pero de qué época estamos hablando?–, sus dudas emocionales, sus amores, sus inquietudes y preocupaciones.

Basta para apreciar la película el tratamiento dado a un tema tan controvertido como el aborto. La subtrama que vive el personaje de Nerea Camacho –protagonista de Camino (2008) para más morbo añadido–, separada de la película como subtrama de relleno, podría haber sido perfectamente un noticiario de los años cincuenta sobre educación sexual. El pasado que persigue a los personajes es el mismo que sigue implantado en la filosofía que destila Tengo ganas de ti. El cine español debería poder competir en taquilla con la industria norteamericana, pero si este es el precio a pagar por ello, quizás deberíamos reconsiderarlo. 

Tengo ganas de ti. Director: Fernando González Molina. Guionista: Ramón Salazar, basado en la novela de Federico Moccia. Intérpretes: Mario Casas, Clara Lago, María Valverde, Nerea Camacho, Marina Salas, Álvaro Cervantes. 124 minutos. España, 2012. 
 

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