sábado, 10 de noviembre de 2012

El espejo roto


Las buenas películas producen extraños reflejos entre ellas; se miran unas a otras como en una galería de brillos y resplandores compartidos. Según veía Martha Marcy May Marlene (2011), la primera película del prometedor Sean Durkin, mi mente se trasladaba a otras dos obras que la completan, aunque quizás el mismo cineasta desconozca su existencia o nunca haya pensado en ellas. Por un lado el mágico relato de Julio Cortázar La noche boca arriba, donde un personaje vivía separado en dos épocas distintas sin saber cuál era sueño y cuál realidad, cuál era presente y cuál era pasado. Por otro lado, la película de Terence Fisher La novia del diablo (The devil rides out, 1968), en la cual un profesor y un líder sectario se disputan la influencia sobre un joven títere al que pretenden dominar. La presencia de un personaje u otro en pantalla alteraba la naturaleza de lo real, imponiendo su propio escenario sobre la ficción de la película e invirtiendo sus reglas internas.

Los tres nombres que utiliza la protagonista de Martha Marcy May Marlene representan esa misma fragmentación de la personalidad que la persigue a través de la película. A pesar de que los hechos se narran con una clara sucesión cronológica, la disposición paralela, yuxtapuesta, de ambas líneas narrativas causa una inseguridad latente en la chica, incapaz de huir de cualquiera de ellas, de afianzarse en una de las vidas propuestas. En una sociedad donde el torrente de imágenes diario amenaza con borrar las líneas de la identidad personal, obras como esta desnudan la descentralización del discurso narrativo, desvelando su carácter centrífugo. El cine posmoderno ha dejado lugar a un concepto desprejuiciado de la mirada como nuevo ejecutor de las historias. A partir de ahora será el espectador quien decida lo que debe creer y en quién deposita su confianza.

Qué lejos estamos del cine independiente surgido en los años noventa. De los Kevin Smith, Richard Linklater o Neil LaBute, con su humor sarcástico y sus películas baratas. Sean Durkin se añade ya, desde esta ópera prima, a otra generación de directores como Jeff Nichols –Take shelter (2011) –, Kelly Reichardt –Meek’s Cutoff (2010)– o Debra Granik –Winter’s bone (2011)– que han evaporado el conservadurismo ocioso de los años noventa. Estos se han criado en la inseguridad y en el extrañamiento inevitable de un mundo de principios borrosos. Frente al cine urbano de años anteriores, han decidido regresar al campo agreste de los Estados Unidos, donde encuentran todavía, en pleno siglo XXI, la ignorancia, la cerrazón, el miedo y la violencia que se cuelan por los resquicios de nuestra sociedad.

En Martha Marcy May Marlene asistimos a un bosque de imágenes de aliento misterioso. Ante la ausencia de un punto de vista unificador sobre los hechos, la trama se reduce a seguir los pasos vagabundos, inconstantes, los pasos desorientados de un débil cuerpo en movimiento que confunde personajes y tiempos de su experiencia vivida (o no). Restos deshilachados de su mente enferma conforman un árbol de instantes enigmáticos que rompen cualquier asomo de narración clásica. La chica protagonista no puede avanzar ni desarrollarse porque vive asediada por tres personalidades divergentes: Martha, Marcy May –miembro de una secta rural– y Marlene. Tres espectros para un solo cuerpo, tres fragmentos de un espejo roto que, según intuimos en la película, se entrelazan a través del gran espejo marino, el espacio de tránsito mediante el que traspasar tiempos, personas, rumores, secretos, fantasmas.

Martha Marcy May Marlene. Director y guionista: Sean Durkin. Intérpretes: Elizabeth Olsen, Brady Corbet, John Hawks, Sarah Paulson, Hugh Dancy, Julia Garner. 102 minutos. Estados Unidos, 2011.




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