viernes, 28 de diciembre de 2012

Tal vez



Varias veces lo he intentado. He probado a mirarla desde ángulos distintos, con diversas metodologías pero siempre sin éxito. La única manera de escribir sobre Salvajes (Savages, 2012) de Oliver Stone es haciendo referencia a su desconcertante final, que cambia de forma repentina la dirección de la película, que quiebra su entramado narrativo, que bien podría conformar el final absoluto de la obra de Stone. Un final problemático, y no importa si proviene de la novela original –escrita por Don Winslow, también guionista de esta– o del propio Stone, pues las consecuencias de su osadía afectan a todos los niveles del film. Este post, queda así aclarado, va a suponer un inevitable spoiler para aquellos que aún no hayan visto Salvajes, estrenada fuera de concurso en el pasado Festival de San Sebastián.

Lo cierto es que hasta ese preciso momento, después de dos horas de alta tensión y excentricidad, la película era un correcto thriller stoniano, y valga el adjetivo para el cineasta como para la música de los Rolling Stones. Muy americano, o sea muy yanqui, poderoso, excesivo, sexy, violento, espídico, superficial. Su cámara seductora serpentea sin descanso entre hippies de cuerpos escultóricos, sicarios de los cárteles o traficantes de marihuana; la tragedia se mezcla con su parodia. Es el tipo de film que le podríamos pedir a Stone desde hace una década, a medio camino entre lo meramente anecdótico y lo trascendental, fiel reflejo de un mundo artístico gobernado por la contradicción. 

Al menos en ese punto es sincero el cineasta como lo vuelve a demostrar en Salvajes. Por ello elige la dulce voz de Blake Lively para avisarnos de que esa contradicción será parte viva del film. “Que yo os cuente esta historia no significa que vaya a terminarla con vida. Podría haberla grabado y hablaros ahora desde el fondo del océano”. Ninguna precaución es poca cuando Oliver Stone presenta así una película y, no obstante, quién hubiera imaginado que nuestra narradora, hasta entonces fidedigna, iba a ser capaz de alterar su relato de forma semejante. Cuando llega el instante cumbre de la película, Stone decide ofrecernos primero un final trágico, de efecto catártico, y a continuación -tras un rebobinado de cinta maquiavélico-, un segundo final que niega el anterior para sustituirlo por un enfoque cínico en el que todos, de una u otra manera, salen libres o ilesos. Dos finales sucesivos, los dos inverosímiles, que invalidan cualquier discurso previo. A pesar de lo que hemos visto -porque él nos lo ha ofrecido-, “la verdad tiene mente propia” nos dice el cineasta. Y el arte se postra de rodillas ante una realidad desoladora, disuasiva e indolente.

Escribía antes que el final de Salvajes podría ser el final de toda la obra de Stone porque este agujero negro implica una dejadez, un desencanto personal que le incapacitan para ejercer su tarea. Pues renuncia a la responsabilidad del relato, llevando la trama hasta sus últimas consecuencias narrativas, Stone claudica, capitula en su lucha creativa contra la realidad. Su reciente visita a San Sebastián para recoger el Premio Donostia dejó varios comentarios sobre la jubilación, la belleza de la ciudad, la comida o las mujeres. Y quizás estos sean los temas que ahora colman la atención del cineasta, pues de hecho coinciden con el final “definitivo” de este Salvajes. Sus tres protagonistas saldrán con vida del conflicto para retirarse tranquilos a una isla paradisíaca desde la que olvidar el pasado, lejos de la violencia, la corrupción y el sufrimiento. “Un día, tal vez, regresaremos” dice la voz de la narradora. Un día, tal vez, regrese Oliver Stone al cine, así que tendremos que esperarle pacientes, tal vez.   

Savages. Director: Oliver Stone. Guionistas: Shane Salerno, Don Winslow y Oliver Stone. Intérpretes: Taylor Kitsch, Blake Lively, Aaron Johnson, John Travolta, Benicio del Toro, Salma Hayek. 130 minutos. Estados Unidos, 2012. 




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