martes, 4 de diciembre de 2012

La rebelión de las musas



La base argumental con la que dialoga el guion de Ruby Sparks (2012), la nueva película de Jonathan Dayton y Valerie Faris, más conocidos por su comedia Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine) del año 2006, es lo que podríamos llamar un motivo o tópico literario que consta de una larga tradición en la cultura occidental. El escritor protagonista del film se enamora hasta tal punto del personaje femenino de su última novela que esta se torna corpórea, como una musa rediviva que encarna fielmente sus fantasías creativas, eróticas y sentimentales. Se trata en esencia del mito griego de Pigmalión y de su escultura convertida en mujer por la gracia de la diosa Atenea. La misma base del Pigmalion (1912) de George Bernard Shaw reconvertido a su vez en el My fair lady (1964) de George Cukor, aunque también inspiración de la más reciente La vida interior de Martin Frost (The inner life of Martin Frost, Paul Auster; 2007), donde ya encontramos la figura del escritor y de la musa literaria que interpretaba por entonces la actriz Irene Jacob.

Interesa en Ruby Sparks, no obstante, analizar las diferencias respecto a ese modelo antes que sus obvias semejanzas con él. En concreto el punto de vista del relato, que aparenta ser el del novelista y genio prepúber Calvin Weir-Fields, es decir un punto de vista de clara preeminencia viril. Y en ello reside la contradicción de la película, pues resulta que su guion es obra en solitario de Zoe Kazan, así mismo actriz protagonista de la obra y productora ejecutiva del proyecto junto a Paul Dano, así mismo actor protagonista de la obra y novio en la vida real de Kazan, principal responsable de Ruby Sparks a pesar de que delegue la dirección en, a su vez, la pareja formada por los cineastas Dayton y Faris. Simétricas relaciones de las que podríamos deducir, en consecuencia, un engañoso punto de vista bajo el que subyace la mirada crítica de una mujer analizando fantasías hasta el momento de exclusividad masculina: el tópico de una fémina perfecta modelada por el hombre a su imagen y semejanza divinas.

Y es que si trasladáramos el mito grecolatino de Pigmalión a los principios morales de la religión cristiana, seguramente brotaría ante nosotros el mito de Adán y Eva en el que la mujer es creada para servir de acompañante al hombre solitario. El final de My fair lady alteraba ya la ironía de George Bernard Shaw para insinuar que Eliza Doolittle, a pesar de su enfado con el profesor Higgins, acabaría por someterse a sus designios matrimoniales. En esta Ruby Sparks, por el contrario, el giro reivindicativo de su autora –nieta, por cierto, del maestro Elia Kazan– pone de relieve el poso de misoginia latente en la tradición literaria occidental. Ocurre, por ejemplo, con el personaje de Lila, la exnovia de Calvin a la que hemos escuchado calumniar de forma unánime en varias conversaciones. Pero cuando esta aparece en pantalla y adquiere el derecho a defenderse de dicha acusación, descubrimos que ha sido tan culpable como el propio Calvin, cuyo egocentrismo le impedía comprender los deseos y las insatisfacciones de la pareja con la que compartía su vida. La escritura literaria se erige para el personaje -el joven genio- en un acto de autoafirmación egoísta, una extensión de su personalidad “extraordinaria” al resto del mundo incapaz de proporcionarle completa satisfacción. Pero ¿qué opina su musa de esto? ¿Alguien le ha preguntado su punto de vista?

Al cruzarse en Ruby Sparks el mundo de la ficción con la realidad cotidiana que viven los personajes, la chica se tornará esclavizada por el deseo posesivo del escritor. En la vida no existen las mujeres perfectas, y al contacto de su musa ideal con el aire de la existencia ordinaria, esta requiere un mayor grado de autonomía del que Calvin hubiera podido desear. Así que ante el miedo irreprimible a que ella, su propia creación, pueda independizarse y dejarle de nuevo a solas, Calvin no dudará en eliminar su libre albedrío y transformarla en un títere de su estado de ánimo. Sorprendentemente, el desarrollo de esta ilusoria relación –un personaje de carne y hueso y el espectro de una fantasía ideal– supera de esta manera los límites de la comedia para convertirse progresivamente en un drama muy poco o nada complaciente con sus personajes.

Dentro de los diferentes niveles de lectura que ofrece Ruby Sparks, la película funciona desde su apariencia de comedia ligeramente naíf hasta como revisión crítica de los patrones femeninos estandarizados en la creación literaria. El personaje de Pigmalión, tal como nos lo ha presentado el mito griego, era reconocible por su carácter misógino, por su rechazo hacia las mujeres mundanas de su tiempo. De igual modo, Calvin solo cree digna de atención a una mujer surgida de su intelecto, creada a partir de una de sus costillas. En la modélica conclusión del film, los dos personajes deberán replantearse los estereotipos en que cada uno ha sido encasillado y en los que ha encasillado al otro, con lo que Ruby Sparks conecta de forma instantánea con el mensaje de Pequeña Miss Sunshine y con la temática de sus dos realizadores: la necesidad de huir de los modelos marcados por la presión de la sociedad y la búsqueda de la satisfacción personal inherente a uno mismo. Una obra de apariencia ligera pero rica en recovecos y agradables sorpresas. 

Ruby Sparks. Director: Jonathan Dayton y Valerie Faris. Guionista: Zoe Kazan. Intérpretes: Zoe Kazan, Paul Dano, Chris Messina, Annette Bening, Antonio Banderas. 104 minutos. Estados Unidos, 2012. 




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